Los artistas son las antenas de la raza.
Ezra Pound
Ezra Pound
Mi amigo, el pintor, muralista y plasmador de leyendas áureas, don Fernando Marcos, ha realizado una extraordinaria pintura sobre el evento telúrico del año pasado. Su obra se llama, precisamente, 27 de Febrero.
Esta pintura fue iniciada en Enero de 2011 y ha sido recientemente terminada, en el mes de Mayo.
Su vivencia del cataclismo es la siguiente: se encontraba en su hogar cuando comenzó a sentir el movimiento de los muebles, de las paredes, de los objetos que se caen… Impresionando, en un inicio pensó que se trataba de un camión que había chocado contra su casa. Sin embargo, prontamente, se dio cuenta que era un movimiento mucho mayor: un terremoto. Al contrario de las reacciones habituales ante un evento de estas magnitudes, decidió mantenerse estático frente a los ruidos, frente a las vibraciones del fenómeno y a la desesperación propia de un acontecimiento de estas proporciones. Sin embargo, en ese instante, reflexionó sobre lo que sucedía: Por un momento pensó que la tierra se había abierto. Como si el “hacedor malévolo” estuviese actuando…
A raíz de este evento telúrico, de este trance estático, como una hierofanía, don Fernando decidió realizar una pintura con dieciséis cuadros que corresponden a una serie de visiones/sensaciones visibles, que él experimentó internamente a raíz del terremoto del sábado 27 de Febrero. Es una serie que refleja las fuerzas indestructibles que causaron el terremoto; en sus propias palabras: Las fuerzas desconocidas de un poder inmenso, magno.
Don Fernando ha descrito las visiones/sensaciones de cada uno de los dieciséis cuadros que componen esta extraordinaria representación -posiblemente la primera obra pictórica sobre el evento-. Cada uno de ellos es la estampa de una visión estremecedora, conmovedora del terremoto. Pero la lectura de esta pintura no debe ser leída de manera segmentada; al contrario. Todos los rectángulos suman el todo, un todo, imbatible y vencedor del fenómeno telúrico y que se ha de comprender más allá del pensamiento de la lógica racional, pues las formas y los colores obedecen en realidad a un lenguaje simbólico codificado (al punto que esta obra puede llegar a ser hipnótica).
Este trabajo es posiblemente una de las obras cumbres y más significativas de Fernando Marcos.
Quizás, uno de los aspectos más expresivos de ésta, es la ausencia de figuras humanas. Lo más cercano a lo humano, a la cultura, es una especie de edificio que se encuentra derrumbado.
Algunas figuras marinas en el diluvio del agua son reconocibles, pero lo restante, son formas desconocidas. En ese sentido, refiriéndose a lo que se ha expresado en las formas y los colores, el propio don Fernando ha manifestado: Este es un lenguaje nuevo, inédito, mío o de ellos, que se ha canalizado a través de mí …
Efectivamente, es un lenguaje nuevo. Nuevo del pasado; es decir, antiguo, muy antiguo, vinculado con el sistema de signos del lenguaje perdido de los atlantes y de las culturas prediluviales.
Uno de los rectángulos de la serie presenta un semicírculo en la parte superior, de una totalidad rojo-fuego. Abajo, hay una especie de túnel de luz junto a una especie de portón o puerta. Don Fernando me ha explicado: Es el Sol Negro, que ilumina la huella de lo que hubo.
Debajo de este recuadro, otro símbolo eterno: Una pirámide desde cuya punta se irradia un rayo verde.
Comprendo que más allá del lenguaje de las palabras, hay un lenguaje del espíritu, donde sólo los símbolos se manifiestan, desde ese universo de luz intangible, más allá de las edades, de los espacios y de las generaciones, con una fuerza inmensa y terrible que pugna por manifestarse en este plano, de alguna forma o por todas las formas, a través de los auténticos artistas, conmoviéndolos, estremeciéndolos. Al igual como aconteció con las fuerzas telúricas del 27 de Febrero de 2010 y como acontece hoy con los volcanes de Chile.
Y ese nuevo-viejo lenguaje es quizás aquello que se ha llamado el Cordón Dorado, que vincula a los seres de la misma raza del espíritu.
Resuenan, por lo mismo, las palabras de aquel gran poeta, Ezra Pound: Los artistas son las antenas de la raza.
Esta pintura fue iniciada en Enero de 2011 y ha sido recientemente terminada, en el mes de Mayo.
Su vivencia del cataclismo es la siguiente: se encontraba en su hogar cuando comenzó a sentir el movimiento de los muebles, de las paredes, de los objetos que se caen… Impresionando, en un inicio pensó que se trataba de un camión que había chocado contra su casa. Sin embargo, prontamente, se dio cuenta que era un movimiento mucho mayor: un terremoto. Al contrario de las reacciones habituales ante un evento de estas magnitudes, decidió mantenerse estático frente a los ruidos, frente a las vibraciones del fenómeno y a la desesperación propia de un acontecimiento de estas proporciones. Sin embargo, en ese instante, reflexionó sobre lo que sucedía: Por un momento pensó que la tierra se había abierto. Como si el “hacedor malévolo” estuviese actuando…
A raíz de este evento telúrico, de este trance estático, como una hierofanía, don Fernando decidió realizar una pintura con dieciséis cuadros que corresponden a una serie de visiones/sensaciones visibles, que él experimentó internamente a raíz del terremoto del sábado 27 de Febrero. Es una serie que refleja las fuerzas indestructibles que causaron el terremoto; en sus propias palabras: Las fuerzas desconocidas de un poder inmenso, magno.
Don Fernando ha descrito las visiones/sensaciones de cada uno de los dieciséis cuadros que componen esta extraordinaria representación -posiblemente la primera obra pictórica sobre el evento-. Cada uno de ellos es la estampa de una visión estremecedora, conmovedora del terremoto. Pero la lectura de esta pintura no debe ser leída de manera segmentada; al contrario. Todos los rectángulos suman el todo, un todo, imbatible y vencedor del fenómeno telúrico y que se ha de comprender más allá del pensamiento de la lógica racional, pues las formas y los colores obedecen en realidad a un lenguaje simbólico codificado (al punto que esta obra puede llegar a ser hipnótica).
Este trabajo es posiblemente una de las obras cumbres y más significativas de Fernando Marcos.
Quizás, uno de los aspectos más expresivos de ésta, es la ausencia de figuras humanas. Lo más cercano a lo humano, a la cultura, es una especie de edificio que se encuentra derrumbado.
Algunas figuras marinas en el diluvio del agua son reconocibles, pero lo restante, son formas desconocidas. En ese sentido, refiriéndose a lo que se ha expresado en las formas y los colores, el propio don Fernando ha manifestado: Este es un lenguaje nuevo, inédito, mío o de ellos, que se ha canalizado a través de mí …
Efectivamente, es un lenguaje nuevo. Nuevo del pasado; es decir, antiguo, muy antiguo, vinculado con el sistema de signos del lenguaje perdido de los atlantes y de las culturas prediluviales.
Uno de los rectángulos de la serie presenta un semicírculo en la parte superior, de una totalidad rojo-fuego. Abajo, hay una especie de túnel de luz junto a una especie de portón o puerta. Don Fernando me ha explicado: Es el Sol Negro, que ilumina la huella de lo que hubo.
Debajo de este recuadro, otro símbolo eterno: Una pirámide desde cuya punta se irradia un rayo verde.
Comprendo que más allá del lenguaje de las palabras, hay un lenguaje del espíritu, donde sólo los símbolos se manifiestan, desde ese universo de luz intangible, más allá de las edades, de los espacios y de las generaciones, con una fuerza inmensa y terrible que pugna por manifestarse en este plano, de alguna forma o por todas las formas, a través de los auténticos artistas, conmoviéndolos, estremeciéndolos. Al igual como aconteció con las fuerzas telúricas del 27 de Febrero de 2010 y como acontece hoy con los volcanes de Chile.
Y ese nuevo-viejo lenguaje es quizás aquello que se ha llamado el Cordón Dorado, que vincula a los seres de la misma raza del espíritu.
Resuenan, por lo mismo, las palabras de aquel gran poeta, Ezra Pound: Los artistas son las antenas de la raza.
Rafael Videla Eissmann
4 de Julio de 2011.
4 de Julio de 2011.